Alejandro Mirochnik trabajaba en la AMIA cuando explotó la bomba y quedó atrapado en el ascensor durante 9 horas. Lo encontró Lupo, el perro de Juan Carlos Lombardi —que se presentó espontáneamente a ayudar—, que alertó a los bomberos sobre que en ese lugar había una persona con vida.

Alejandro Mirochnik se enteró de todo cuando logró salir. Al momento de la explosión, estaba en el ascensor. Pensó que se había roto. Nunca tomó dimensión de lo que estaba sucediendo. Sin embargo, la desesperación no era menor: al caer varios pisos, se fracturó la pierna. Gritaba, pedía auxilio, pero nadie lo escuchaba.

Juan Carlos Lombardi estaba trabajando en una joyería en la calle Libertad. En Italia, había adiestrado perros para rescate en terremotos y catástrofes naturales. Al enterarse del atentado, fue con su perro a colaborar.

Lupo ladró y ladró hasta que los rescatistas le hicieron caso. Localizó cinco personas con vida. Una de ellas era Alejandro, que estaba en el sótano, 5 metros bajo tierra, atrapado en el ascensor.

“Sólo escuchaba ruidos, hasta que de pronto veo una luz…”, recuerda. Los bomberos hicieron un agujero y le alcanzaron una manguera de oxígeno y agua. A las 7 de la tarde, luego de un gran esfuerzo de rescate, lograron sacarlo con una soga.

Tiempo después del atentado Juan Carlos creó una escuela de adiestramiento canino, representada por el perro que lo acompañó para este retrato.

Alejandro sufrió quebradura de tibia, peroné y astrágalo. “Un dolor terrible”, recuerda. Alejandro era maratonista, campeón argentino de triatlón, y con esta lesión —que le dejó una leve renguera— le sería imposible volver a competir. Sin embargo, con mucha voluntad, se recuperó y hoy sigue corriendo.

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